Según la sucesión de acciones en el tiempo, existen dos tipos de personas:
los que la atribuyen a la casualidad y los que no dudan en que todo está
escrito.
El azar nos da la consciencia suficiente para sortear infinitas
situaciones; concediéndole a la disonancia al menos una razón para sentirse
armonía. El destino es un acto de debilidad individual que busca justificar la
eventualidad, solucionando el porqué de cualquier circunstancia; librándonos de
toda duda desde su origen.
No sé cuantas debilidades tengo, y a veces siento que ésta es la mayor que
poseo.
La duda.
Algunos dicen que la misma ofende mas otros se suman al rizo perpetuándola. A
pesar de ello, nos gustan los consejos. Algunos te ofrecen su perspectiva; si
es distinta, mediante preguntas la intentamos encaminar hacia la nuestra para
brindarnos así más credibilidad. Si es semejante, una oleada de confianza nos
invade aunque sólo sea por unos instantes. Quizás entonces, el segundero, ebrio, haya perdido la cuenta de números abrazados, y en acto de titubeo, aún en
este invierno, haya desistido por nosotros.
Sin darnos otra casualidad.
Arrastrando todas las dudas y aceptando que no siempre se pueden encontrar
respuestas. Sumiéndonos de nuevo en la inconsciencia, aunque esta vez
conscientes seamos.
Entonces, reiteramos; la incertidumbre acomete y los “y si” nos invaden.
Ahora la duda quiere resolverse interviniendo, y volvemos a los consejos.
Somos humanos, rayarnos es nuestro defecto.