Hoy
no te puedo sonreír;
no
me esperaba ésto de ti.
Tampoco
escribiré contra ti
porque
formas parte de mi.
No
haré de estos versos poesías,
conservo
la honestidad,
tampoco
serán victorias
con
las que padecerás.
Mientras
hablabas de humildad
inundabas
tus labios inertes
con
palabras vacías,
¿olvidaste
qué es la amistad?
No
haré de ésta tu sentencia,
por
más que mi cabeza piensa
que
tú, Doña Perfecta,
no
mereces mi presencia.
Yo,
que brindé con respeto
gritándole
a los cien vientos
todo
tu talento, sin celos.
¿No
es pesada tu conciencia,
mi
querida Cenicienta?