Algún día te marchaste, fue repentino pero bien lo disimulaste. Me robaste
las ganas de coger las muñecas, de hacer de mi habitación su palacio;
escondiste en las estanterías multitud de cintas y dejaste que el polvo las
enterrara.
Hiciste
de mi armario una caja de zapatos; me quitaste mi inocente ilusión, ya no
mudaba los dientes ni esperaba la llegada de los Reyes Magos.
Te
llevaste tus mundos de Yupi y empecé a conocer otro que nada tenía que ver con
el anterior.
Un día
llamaron a la puerta, era la adolescencia y venía dispuesta a inaugurar en mi
cabeza la tercera Guerra Mundial.
Me
estampó toda clase de sentimientos y empecé a desarrollar un potente grito que
me acompañaría diariamente. Además, me adelantó el pavo de navidad y se quedó
un par de años como ocupa.
Las
muñecas me miraban con recelo mientras pasaba tardes aferrada al ordenador e incluso
me criticaron cuando me lamenté de mi desdichado corazón. De repente, el mundo
empezó a circular en sentido contrario al mío.
Cuando
la adolescencia dejó que madurara, se marchó, y descubrí este mundo, que, si es
un sueño, ya es hora de despertar… y es que nunca me gustaron las pesadillas.
Me gusta mucho el texto: conciso, con contenido desde el principio al fin, y un gran sentido del humor.
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