Cuando hace raso mi humor
y mis ganas visten de gala. Y cuando no, tiro de daltonismo pasional y siempre me
lo invento.
Podría pasarme toda la
mañana contemplando sus alas, recorriendo la infinidad de puntos que conforman
el horizonte, y, dependiente a su adicción, dejarme hipnotizar mientras sus
rayos me atraviesan. Mi único pesar entonces es el de no tener vista para 360
grados, envidiando a aquellos que sí que pueden volarlo de un extremo a otro.
Hay días en los que
pretendiendo invertir, finalmente me quedo estancada en escala de grises. Buceando
por mi galería entre cientos de segundos enmarcados encuentro rápidamente las
sonrisas que fueron a medias, aunque nadie supiera reconocerlas. En ellos, jadeo sus segundos por si de aspirarlos sus cenizas se esfuman y
transforman al día en Día. En aquel azul intenso.
Hay otros en los que me
arrepiento de las noches. Del pesar y no pesar. De dos cucharadas de delirio y otra
de éxtasis. Del pasar y no pasar. Después de éstos, los días se suceden y nada
se escucha; y, cuando se encuentran, rápidamente las miradas se fugan. Juegan a
desjugar lo jugado; avistando como objetivo las baldosas que se pisan. Al fin y
al cabo, es recíproco… al igual que el Ser se empeña constantemente en huir del
Humano: dejando al descubierto situaciones sinsentido.
En los siguientes,
despierto plantándole una sonrisa a lo anterior, por si de sonreír los bucles
se descodifican. Evitando los encontronazos cual avestruz se esconde mientras
pierde la cabeza. De todas maneras, no hay juicio de por medias.
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