una lucha; la mía, interna:
entre mi corazón y mi cabeza.
Ésta era pasota, creía
en su plena madurez,
y odiaba cualquier cadena
que frenara su derecho,
como ser pensante,
de libertad.
de libertad.
Sin embargo, aquel,
era demasiado sentimental;
amaba, nunca odiaba.
Cuando la cabeza era privada
de su ansia de independencia,
callaba al alegre corazón
y cegaba a este dolido ser,
que escribe sin consuelo.
Entonces, el corazón,
desconcertado se indignaba,
y terminó echando pestes
de la tozuda pensante.
¡Qué conflicto tan tonto!
Lo es, pero hace daño,
tanto, que termina cansando.
¿Y qué queda?
Una cabeza que, a susurros,
aun reivindica independencia;
y un corazón que, a gritos,
castiga a otra víctima
de esta estúpida lucha.
Cabeza cabezota,
¿por qué no declaras paz,
y se lo confiesas?
¿Él ya se cansó de intentar?
Corazón, por favor, no sufras más,
porque éste no es tu final.
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